Barquito de papel.



Hace no mucho tiempo, en un rio que cruzaba la ciudad, navegaba un barquito de papel.
Iba solito, por las noches, por los días, navegando a lo largo del canal,
pasaba por los desagües, por encima cruzaban los autos a gran velocidad.
Despertó un día, él no sabía dónde estaba, no sabía qué era ni de dónde venía.

—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —Se repetía el pobre barquito mientras se movía violentamente de
lado a lado.
—Esto debe ser un sueño, yo soy sólo soy una hojita de papel.— Y seguía navegando en
busca de las respuestas que tanto quería.
— ¡Ya sé!, le preguntaré a aquella rata que se asoma por la tubería.
—Hola amiga rata. —Dijo entusiasmado. Pero la rata asustada por el grito exclamado
por el barquito salió huyendo a través de los conductos sépticos.
—¡Oh!, debí acercarme con más cautela. —Se dijo el barquito mientras prosiguió con su viaje.

Estaba ya cerca de las afueras de la ciudad, el río poco a poco se veía
más limpio debido a la ausencia de fábricas y desechos de los hogares.
—Quizá por acá encuentre algún animalito que me pueda ayudar. —Decía el
barquito mientras navegaba oscilante.
No pasó mucho tiempo antes de que se encontrará con una amigable ardillita
a la que emocionado (Pero con más cautela que la vez anterior) se acercó a preguntarle.
—Hola amiga ardillita. Dijo calmada y amablemente el barquito.
—Hola. —Respondió con dulzura la ardillita.
—¿Me puedes ayudar?
—Claro que sí, dime ¿qué puedo hacer por  ti?
—¿Me podrías decir, qué soy yo? —La ardillita lo miró asombrado, en realidad
parecía que no tenía ni idea de lo que era.
—Pues, eres un barquito de papel. —Dijo la ardillita.
—¿Un barquito de papel? pero... yo hace poco era sólo una hojita.
¿Cómo pasé de ser  una hojita a ser un barco? —Dijo preocupadamente.
—¡Oh!, eso es muy sencillo. Basta con que alguien te haya tomado y,
con un poco de habilidad manual, transformara lo que tú eras antes en lo que ahora todos podemos ver.

El Barquito estaba impactado, le acababan de decir que su vida había sido transformada radicalmente.
Ayer era sólo una hojita de papel, en blanco, sin vida, sin nada. Hoy era una nave, que viajaba
a través de un río sin aparente destino fijo.

—Gracias amiga ardillita, me has sido de gran ayuda. —Estaba a punto de partir, pero antes de hacerlo agregó.
—¿No quisieras acompañarme en mi viaje? No me gustaría estar a la deriva tan solo.
—Claro que sí, me encantaría. —Contestó alegre la ardillita.

Y así, juntos comenzaron a viajar a lo largo del río, vieron montañas, pasaron por bosques.
Caminaban y se platicaban sus vidas, contaban chistes, estaban muy contentos los dos.

Un día llegó una tormenta, la marea comenzó a mover el río violentamente. el barquito se sacudió y sacudió a merced de los poderosos vientos.

—¡BARQUITO! —Gritaba desesperada la ardillita al perder de vista a su amigo. Pero barquito ya no podía escucharla, la corriente lo había arrastrado muy lejos y se había perdido de la vista de su amiga.


El Sol salió, estaba amaneciendo, el cielo estaba despejado, ya no había tormenta.
Barquito abrió los ojos. —¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —Se decía mientras yacía atorado entre una roca y una rama, ya fuera del río.
—¿Dónde está ardillita? ¿Qué fue de ella? —Preguntaba al mismo tiempo que trataba de ver la forma de regresar al agua, pero era inútil, no había forma de que se pudiera mover.

Pasó así un buen tiempo antes de que un niño lo encontrara...

Hace no mucho tiempo, en los cielos de una pequeña ciudad, volaba un avioncito de papel.
Iba solito, por las noches, por los días, volando tal como las aves lo hacen.
Un buen día se atoró en un árbol, donde encontró a una amigable ardillita.
—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —Dijo el avioncito.
—Eres un barquito de papel amigo mío, que con un poco de habilidad manual ha sido transformado en un avioncito de papel y que con un poco de suerte ha regresado con su vieja amiga la ardillita.

FIN.



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