La Navidad de Leo.


Navidad; la fecha por la que los niños esperan todo un año, ansían que llegue la madrugada
del 25 de Diciembre, fecha en la que recibirán regalos, abrazos y además estarán con su familia. Quizá sea una fecha especial para todos los niños, pero no lo es para Leonardo, niño para el cual Navidad es sólo un día más de su triste vida.

Leonardo jamás ha recibido un regalo de Navidad porque sus padres desaparecieron cuando el era demasiado pequeño, tanto que ni siquiera los recuerda y desde entonces vive con su tío quien lo trata muy mal.

Entonces llega Navidad, mientras los demás niños de la colonia salen a jugar con sus regalos Leo se queda en casa a limpiar, cocinar, lavar, en fin, a hacer todos los deberes del hogar mientras su tío se sienta en su enorme sillón a ver los partidos de fútbol.

Cada noche Leo se asoma por la ventana y le pide a las estrellas le concedan un deseo, él sólo quiere ver de
nuevo a sus padres, no quiere juguetes ni ningún regalo, sólo pide poder abrazarlos y estar con ellos.

El día antes de Navidad el tío de Leo lo mandó al mercado por los ingredientes para la "Cena de Navidad" que tendrían, hígado encebollado, el platillo que más le disgustaba al pobre Leo. Era temprano cuando salió de casa, casi no había nadie en las calles y hacía mucho frío, más del normal. Para entrar al mercado hacía falta pasar un estrecho corredor que te llevaba al interior, ese día el corredor estaba lleno de neblina y casi no se podía ver nada, Leo lo atravesó con valentía y al llegar al otro lado ¡Oh sorpresa! no estaba en el mercado, estaba en un lugar lleno de color y de vida, había niños por doquier, criaturas increíbles como unicornios y duendes eran algo común en ese lugar, todo parecía un sueño, lleno de magia y felicidad.

Leo no sabía cómo había llegado a ese lugar pero se sentía tan a gusto ahí que no pensó en regresar.
—¿Para qué regresar? — Se decía, mientras le daba otro sorbo a su bebida servida en un vaso grande con una pequeña sombrillita.

En el tiempo que llevaba ahí no había hablado con nadie, tenía de cierto modo miedo de que le dijeran que no debía estar ahí y lo sacaran de tan bello sueño, pero era algo inevitable, se le acercó el que parecía el encargado del lugar, tenía puesta una corona de oro y piedras preciosas, traía puesto un manto color escarlata de una seda finísima hilado con hilos de oro, en sus manos traía anillos de zafiro, perla y rubí y en su mano derecha, un cetro tan largo que parecía tocar el cielo con su punta de diamante.

Leo estaba boquiabierto, jamás había visto vestimentas tan hermosas en su vida, uno de los lacayos del rey le ordenó a Leo hacerle una reverencia y este obedeció al segundo.

— ¿Qué te trae por aquí jovencito? — Le dijo el rey con su voz firme y majestuosa.
— En verdad no lo sé rey... — Rey McCormick. — Agregó mientras Leo trataba de aguantarse la risa.
— En verdad no lo sé rey McCormick... yo iba al mercado cuando de pronto vi mucha niebla y al salir simplemente llegué aquí y no sé por qué.

El rey lo miraba con ojos llenos de ternura, le ordenó a sus guardias retirarse y el se sentó al lado de Leo en una banca.

— Estás aquí porque es nochebuena y todo niño debería estar feliz porque mañana es navidad, pero contigo no fue así, entonces es cuando se abre el portal que te trae a este lugar lleno de felicidad. Mi nombre no es el rey McCormick, eso sólo es para asustar a los curiosos que llegan a este lugar sin merecerlo, mi verdadero nombre es Santa Claus.

Entonces un montón de destellos mágicos botaron por todos lados y envolvieron al rey, revelando después su verdadera identidad, le creció la barba, la corona desapareció y su fino traje se convirtió en el característico traje rojo de Santa.
Leo no lo podía creer, no conseguía articular palabra alguna, sólo balbuceaba, ¡ESTABA VIENDO A SANTA CLAUS!

— ¿Y qué, no me vas a pedir nada? — Dijo el regordete.
— ¿Puede ser lo que sea? — Dijo Leo con su corazón saliéndose del pecho.
— Mientras sea lo que más quiera tu corazón, claro que sí.
— Quiero volver a ver a mis papás.— Santa sonrío y después de algunos movimientos mágicos concluyó.
— Bien Leo, es hora de que vayas a casa, ya no tienes nada que hacer aquí.
Dicho esto, la neblina cubrió todo el lugar, las cosas iban desapareciendo frente a Leo y él se desmayó.

Al despertar se encontraba a medio mercado rodeado por todo una multitud histérica.
— ¡Despertó! — Gritó el carnicero mientras entre 2 hombres lo levantaban poco a poco.
— ¿Estás bien?
— Sí. — Dijo Leo desanimado al darse cuenta que todo había sido un sueño.

Regresó a casa cabizbajo, ni siquiera llevaba las cosas que su tío le había pedido, sabía que le aguardaba un tremendo castigo pero no le importaba, estaba demasiado deprimido.
Al entrar en la casa todo era diferente, estaba llena de adornos navideños y luces multicolor, de la cocina salía un delicioso aroma, olía a una cena navideña de verdad. Corrió hacía la sala y un hombre tomaba una taza de café mientras estaba cerca de la fogata.
— Hola hijo, ¿dónde habías estado?
Leo corrió a abrazarlo entre lágrimas mientras su mamá salía de la cocina y se unió al abrazo familiar.
Sonaron cascabeles y por la ventana se pudo ver el trineo de Santa Claus que partía a iniciar la repartición de todos los regalos, ya había entregado el primero.

FIN.